miércoles, 29 de mayo de 2013

'El muchacho pasó toda la noche despierto. Dos horas antes del amanecer, despertó a uno de los chicos que dormía en su tienda y le pidió que le mostrara dónde vivía Fátima. Salieron juntos y fueron hasta allí. A cambio, el muchacho le dio dinero para comprar una oveja. 
Después le pidió que descubriera dónde dormía Fátima, que la despertara y le dijese que él la estaba esperando. El joven árabe lo hizo, y a cambio recibió dinero para comprar otra oveja.
-Ahora déjanos solos -dijo el muchacho al joven árabe, que volvió a su tienda a dormir, orgulloso de haber ayudado al Consejero del oasis y contento por tener dinero para comprar ovejas.
Fátima, apareció en la puerta de la tienda. Ambos se dirigieron hasta las palmeras. El muchacho sabía que esto iba contra la Tradición, pero para él eso carecía de importancia.
-Me voy -dijo-. Y quiero que sepas que volveré. Te amo porque...
-No digas nada -lo interrumpió Fátima-. Se ama porque se ama. No hay ninguna razón para amar.
Pero el muchacho prosiguió:
-Yo te amo porque tuve un sueño, encontré un rey, vendí cristales, crucé el desierto, los clanes declararon la guerra, y estuve en un pozo para saber dónde vivía un Alquimista. Yo te amo porque todo el Universo conspiró para que yo llegara hasta ti.
Los dos se abrazaron. Era la primera vez que sus cuerpos se tocaban.
-Volveré -repitió el muchacho.
-Antes yo miraba al desierto con deseo -dijo Fátima-. Ahora lo haré con esperanza. Mi padre un día partió, pero volvió junto a mi madre, y continúa volviendo siempre.
Y no dijeron nada más. Estuvieron un poco entre las palmeras, y el muchacho la dejó en la puerta de la tienda.
-Volveré como tu padre volvió para tu madre -aseguró.
Se dio cuenta de que los ojos de Fátima estaban llenos de lágrimas
-¿Lloras?
-Soy una mujer del desierto -dijo ella, escondiendo el rostro-. Pero por encima de todo soy una mujer.

Fátima entró a la tienda. Dentro de poco amanecería. Cuando llegara el día, ella saldría a hacer lo mismo que había hecho durante tantos años; pero todo habría cambiado. El muchacho ya no estaría en el oasis, y el oasis no tendría ya el significado que tenía hasta hacía unos momentos. Ya no sería el lugar con cincuenta mil palmeras y trescientos pozos, a donde los peregrinos llegaban contentos después de un largo vieja. El oasis, a partir de aquel día, sería para ella un lugar vacío.
A partir de aquel día el desierto iba a ser más importante. Siempre lo miraría, intentando saber cuál era la estrella que él debía de estar siguiendo en busca del tesoro. Tendría que mandar sus besos con el viento, con la esperanza de que tocase el rostro del muchacho y le contase que estaba viva, esperando por él, como una mujer espera a un hombre valiente que sigue en busca de sueños y tesoros. A partir de aquel día, el desierto sería solamente una cosa: la esperanza de su retorno.'

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