viernes, 18 de octubre de 2013

 Este año comencé a participar en el programa Jóvenes y Memoria en el Manuel Dorrego, y  ya me sentí parte, noté un cambio.
Durante todo el transcurso que nos está llevando el proyecto comprendí demasiadas cosas, las viví como si su carne fuese la mía. Toqué cada sentimiento que me transmitieron con las manos, lo respiré, lo escuché.
Aprendí a dejar de ser prejuiciosa, a tomarme las cosas en serio, comprometerme. Jóvenes me volvió otra persona, y no exagero con lo que digo.
Conocí un montón de gente hermosa, grandes, chicos, de escuelas privadas, de escuelas públicas. Uno rubio, otro morocho, uno castaño, el otro colorado, ojos claros, oscuros, manos grandes o chica, nariz delgada o gorda, boca hinchada o finita. Pero adolescentes todos iguales y a la vez todos distintos.
Disfruto mucho del comprender todo. Del saber más de la cuenta, de enseñar, y de que me enseñen.
Disfruto de comprender el sentimiento del otro, de que me cuenten los proyectos, el que me cuenten chistes estúpidos. Todo.

Cada vez que estoy en jóvenes me siento en casa.

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