jueves, 26 de diciembre de 2013

La relación iba bien. Más que bien. Un chico con muchos problemas, no desde pequeño, solo cuando adolescente éstos empezaron a efervescer. Eran problemas de ira, algo que nadie podía hacerle parar. Hasta que, bueno, apareció ella. La pequeña dulzura, aquella niña que no pisaba ni a una hormiga. Quizás demasiado buena para él. La adoraba.
Lo oscuro de la relación siempre había sido la connotación de cada persona que los conocía. Él era la enfermedad y ella la cura. Pero aún él siendo el que lucía dañino, sabían que haría lo que fuera necesario para que ella estuviese feliz. 
No por mucho tiempo ella iba a aguantarlo. Aunque él sea precioso, no podía ignorar aquellos comportamientos que lo diferenciaban del resto.
El separarse fue duro. Para ambos. Pero, ¿para él? No podía superarlo.
La última vez que la vió fue aquella noche donde el cielo se caía a pedazos. 
Recuerda todo, como si ese día hubiese sido ayer. 
Parado en la esquina de su casa, la ve pasar. A su lado otro hombre.
Su mirada de tristeza hizo que se diera cuenta de las cosas. Ella ya no era su cura, pero él seguía siendo la enfermedad.
Quiso gritar, pero no podía. No encontraba su voz dentro de ese cuerpo enorme que para él ahora era diminuto. Creyó que lo peor había pasado. Y entonces lo abandonó allí, bajo la lluvia. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario