viernes, 15 de marzo de 2013

Ola polar.

Son las seis de la mañana, la alarma te suena, y ahíí te encontrás, en esa secuencia por la que pasás todas las mañanas. Abrazado a tu frazada no querés despegarte de la cama, ni de la almohada. Solamente atrasás la alarma diez minutos, para disfrutar de sentirte acogido un poco más. Siete menos cuarto. El intento de dejar pasar tan solo diez minutos no te funcionó. Mejor sacar la frazada de una patada así te vas acostumbrando al día helado de hoy. Ya que no te queda tiempo para hacerte un té con leche, café, café con leche, o un mate cocido, decidís llevarte un termo, la yerba, el azúcar, la bombilla, y el mate. En tu mochila la carpeta, hojas, cartuchera, netbook, libros, plata, celular, SUBE, llaves. Encima llevas puestos tus pantalones más abrigados, una remera de manga larga junto con tu buzo o campera preferidos, medias, y zapatos o zapatillas que no te hagan sentir que vayas a necesitar una amputación en tu dedo gordo del pie. Llegás a la parada de colectivo, pero oh casualidad, apenas salís de casa te pasa por las narices sin poder siquiera tener la opción de dar un paso hacia adelante. No importa, por dentro tienés la impresión de que será un precioso día. Sonreís. No pasará mucho tiempo hasta que pase otro colectivo y puedas viajar. Apretado, con el sudor de la gente en tu rostro, con la mochila que se cae. Sentado, con los auriculares puestos, mirando a la nada, sin tener noción del tiempo. Parado, con la carpeta de dibujo número seis entre las piernas, pensando que podrías dar un paso en falso y caer al suelo, aplastarte la cara o golpearte la cabeza con un caño en solo cuestión de segundos. De miles de formas podés estar viajando, lo único que no cambia es que sonreís. Al llegar a la estación caminarás unas cuadras, la escuela te espera, tus amigos, los profesores, las nuevas o las viejas caras. Formás, saludan a todos, dan la bienvenida a una nueva semana y suben a las aulas. En dibujo te dejan tomar mate, pero para eso faltan dos horas. A esperar para el desayuno. El timbre toca después de una clase agotadora de química. Tenés en cuenta el horario, el sueño, y que el cerebro tiene que pensar con el estómago vacío. Vas a fijarte que en lo único que pensás es 'Mate caliente, bizcochitos, mate caliente, bizcochitos, mate caliente, bizcochitos' y así hasta que toca el timbre del recreo. Tus amigos llegan para saludarte, hoy estás más cariñosa que nunca, repartiendo abrazos y besos. Sacás tranquilamente el termo, preparás el mate, ya que la hora de dibujo se asoma. El sabor del mate y los bizcochos de grasa se te impregnan en la lengua, los sentís como si fuesen parte de tu cuerpo. Saciás tu sed y tu hambre. Terminadas unas cantidades importantes de rondas cortás todo, guardás tu carpeta, la cartuchera, el celular, la plata. A casa. Otra vez el viaje de colectivo, parado con la carpeta de dibujo entre las piernas, ésta vez te caés al suelo, y te burlás de vos mismo. Llegás, y lo primero que querés hacer es tomar algo caliente, pero no. Te recostás en tu cama, te sacás los zapatos o zapatillas, las medias, aquel pantalón tan abrigado que te anima las piernas, y tu buzo o campera preferidos. La frazada y vos vuelven a saludarse. Empezás a sentir como tus dedos se comienzan a entumecer, la cama está fría. La ventana deteriorada deja pasar la brisa, miras hacia afuera y el día está gris. Sonreís. Seguís pensando que es un gran día.

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