domingo, 27 de abril de 2014

La rutina.

Todos los días a las siete de la mañana te tomás el colectivo con las mismas personas. En la calle, caminando hacia tu destino, los negocios cerrados se están por abrir gracias a los mismos rostros que ayer hicieron la misma acción. Pasándote el semáforo rojo pedaleando agitada, la persona que hoy te está observando el día anterior lo cruzó caminando en verde. El sábado mientras ponés música en la rocola un señor te entrega cinco fichas, asimismo el mismo día de la semana pasada. Todos los domingos por la mañana te atiende esa mujer con aspecto añejo en la panadería de la vuelta de tu casa. Volviendo los lunes del trabajo con la bicicleta, la semana pasada a la misma hora también te cruzaste a la señora con el pelo mal teñido volviendo de hacer los mandados. Los viernes en el bar donde tomás café y hacés tus trabajos, el mesero con ojos oscuros y gran sonrisa siempre te toma el pedido. 


En general los rostros que se manifiestan día tras día en tu rutina son de personas que desconocés. Aunque, gracias a la rutina, instantáneamente se convierten en alguien, alguien que nunca más te será un extraño

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