Podré tener miles de defectos, pero sé que soy una muy buena y fiel compañera. Eso te lo pueden decir todos. Estés llorando, con ganas de romper todo, gritando, yo siempre estoy ¿Te acordás aquella vez que viniste a mi casa, como a las doce de la noche, llorando? Decías que eras una persona horrible, que eras el peor ser humano, que te odiabas, que todo era tu culpa... Creo que desde aquel acontecimiento mi relación con vos cambió muchísimo, porque entendí que verte así me partía el alma, y que iba a hacer lo posible por nunca más verte de esa forma. Te abracé, te sentí, veía tus ojos llorosos, rojos, tu cara toda mojada, sudada, esa expresión de angustia, de miedo. Yo te tenía ahí, entre mis brazos. Y me confortaba saber que yo fui a la persona que decidiste ir a buscar en ese momento. Me confortaba darme cuenta de que yo era tu soporte, y que me necesitabas. Vos eras lo mismo; mi soporte, mi necesidad. Siempre lo fuiste, dependo mucho de tus acciones para hacer las mías (mala idea). Me acuerdo cuando no querías ver a tu vieja, no querías pisar tu casa; la mía siempre estuvo con las puertas abiertas. Porque era tanto mía como tuya. Lo sigue siendo. También, tu casa era como mi casa, me sentía como en mi casa. Bueno, no se si tan libre, pero intentaba sentirme conforme, y lo estaba.
Solo quiero que sepas una sola cosa... Para mi nada de esto cambió. Para mi vos seguís siendo mi bebé, mi compañero, mi sostén. Y quizás no sientas lo mismo, pero te amo.
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